El actual cementerio se levantó en 1858, y de sus primeros 32 años de existencia no se ha conservado ninguna sepultura identificable. La lápida más antigua que se conserva es la de la niña María Josefa Soto de la Rocha, fallecida el 4 de marzo de 1890 a los 2 años de edad.
La siguiente en antigüedad es la de la joven Valentina Cabezudo y Resino, fallecida el 4 de mayo de 1895 a los 23 años.
Y la tercera, otra niña: Natividad Cabezudo y Tostón, fallecida con 3 años y medio el 1 de junio de 1895.
La siguiente lápida es la de la joven Clara Balderas y Jerez, fallecida el 10 de noviembre de 1900 a los 20 años.
Esas cuatro lápidas son las únicas del Siglo XIX que se han conservado. Son pequeñas lápidas de cerámica, muy bellas en su sencillez y que incluyen poemas en memoria del difunto. En los cuatro casos son mujeres: dos niñas y dos jóvenes.
Todas ellas están situadas en la zona más próxima a la ermita, como es lógico, pues allí se iniciaron los enterramientos. Hay que tener en cuenta la alta mortalidad infantil en aquella época; y también que en las sepulturas de personas mayores lo habitual era colocar solamente la cruz con las iniciales.
La siguiente lápida en antigüedad, ya del Siglo XX, es la de María Soto Rocha, fallecida el 14 de junio de 1901 a los 10 años de edad.
Podemos imaginar la desolación de aquellos padres, Alejandro y Benigna, cuya hija María Josefa había fallecido con dos años en 1890 (1ª lápida) y un año después les nace María, que a los diez años de edad también fallece. La muerte siempre es un drama, pero las inscripciones del cementerio nos muestran en ocasiones dramas familiares especialmente conmovedores; y éste es uno de ellos. La abundancia de poemas en la pequeña lápida parece intentar expresarlo de alguna manera.
Solo se conservan lápidas del tamaño completo de la sepultura a partir de 1910. La primera, en granito, es la de Joaquín Espinaco del Barco, fallecido el 7 de mayo de 1910 los 60 años.
Es una hermosa pieza de bastante grosor, en la que apenas se logran ya distinguir las letras talladas en la piedra.
Y la más antigua lápida grande en mármol es la de la niña Milagros Hernández Molina, fallecida el 11 de octubre de 1915. Junto a ella reposa su hermana Angustias, fallecida nueve años antes (7ª foto)
Paco Corral (4/3/2021)